VOLCÁN

El otro día visité el volcán Masaya, conocido como una de las siete entradas del infierno. Potente y humeante. Un lugar sagrado de colores imposibles y nieblas mágicas, donde los indígenas sacrificaban a las más bellas jóvenes para calmar los dioses,  y que aterró a los primeros cristianos que llegaron a colonizar las américas (un fraile en el siglo XIV construyó una cruz de madera enorme, de la cual hay una réplica ahora, para intentar exorcizarlo). 

Pues bien, lo han adecuado para que puedas subir en coche hasta el borde del cráter, han colocado elementos de iluminación y señalética como si estuvieras en el aeropuerto, escaleritas y barandillas, miradores con sombra, y un aparcamiento que tiene más huella y más impacto en el paisaje que el mismísimo cráter. Además a mitad de camino, en pleno parque natural, han construido un bodrio de edificio, completamente prescindible de "atención al visitante", con su correspondiente parking, donde puedes comprar refrescos, postales, camisetas y demás objetos inútiles. Como excusa, unos carteles sobre la historia del volcán con una información que cabría en la cara de una cuartilla.

El ejemplo perfecto de cómo estamos alterando lugares increíbles del planeta, que durante miles de años  han sido sagrados y venerados, y ahora los desprestigiamos sobreadaptarmos al turisteo, turbando Su Presencia con elementos fútiles donde rebaños de turistas tienen todas las comodidades, llegan, se bajan del autobús, se quejan del calor, se hacen la foto sin salirse del parking y ya pueden decir, he estado en un volcán. Experiencias de usar y tirar que insultan lo incontestable.

SOBRA TODO y falta silencio y respeto. El que quiera vivir un volcán que se parta los tobillos, que camine  hasta alcanzar las cimas, que sude, aquel que haga el sacrificio tendrá la recompensa, sólo así conservaremos esos lugares y las experiencias que únicamente ellos pueden hacernos sentir. El que quiera una foto del volcán que se la baje de Internet desde su casa.